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Editorial | Banda Oriental |
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ISBN | 9789974109247 |
Autor | PELUFFO LINARI, GABRIEL |
¿Porqué una historia de la pintura que termina en la década de 1950?
El universo de las tradicionalmente llamadas “artes plásticas” se ha visto, a lo largo del siglo XX, no solamente ampliado por nuevas tecnologías de la imagen visual, sino que ha registrado severas transformaciones conceptuales.
El precio es por los dos tomos. No se venden por separado.
$U2,100.00
Editorial | Banda Oriental |
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ISBN | 9789974109247 |
Autor | PELUFFO LINARI, GABRIEL |
¿Porqué una historia de la pintura que termina en la década de 1950?
El universo de las tradicionalmente llamadas “artes plásticas” se ha visto, a lo largo del siglo XX, no solamente ampliado por nuevas tecnologías de la imagen visual, sino que ha registrado severas transformaciones conceptuales. Sería tan cómodo como ingenuo suponer, como en los tiempos de las academias, que las artes plásticas se dividen en disciplinas técnicas: pintura, escultura, grabado y demás, cuando en el siglo XX han tendido a diluirse esas fronteras disciplinares y las reflexiones teóricas sobre el arte se han introducido en las propias obras y han producido la implosión del sistema artístico tradicional.
Sin embargo, en estos ensayos nos proponemos una “historia de la pintura” en Uruguay como si el escenario que acabamos de describir nunca hubiera existido. ¿Por qué? En primer lugar porque dada su intención didáctica estos textos no toman a la pintura como una actividad aislada, sino apenas como un punto de apoyo para tratar de comprender el mapa que, en el proceso de nuestra historia, vincula al campo artístico con el campo de las ideas en sus contextos sociales y políticos. En segundo lugar porque la pintura ha tenido una fuerte presencia en la construcción de identidades a escala nacional y regional desde el siglo XIX, particularmente en el Río de la Plata. Y en tercer lugar, porque la persistencia histórica del ejercicio de esa disciplina ha sido más evidente en Uruguay que en otros países donde la industrialización acelerada produjo profundas modificaciones en los fundamentos estructurales de esas sociedades.
Ahora bien, el hecho de detenernos a finales de la década de 1950 es una advertencia sobre lo que decíamos al principio, ya que la de 1960 marca una diferencia cualitativa respecto a toda la historia anterior, marca una etapa de inflexión en las artes plásticas y en las propias bases sociales del país; una etapa que desdibuja la relativa continuidad de sentido con que podía leerse el proceso de la actividad artística –a pesar de sus diferentes matices y circunstancias- desde fines del siglo XIX. Con esto no quiero decir el disparate de que en 1960 se termine la historia del arte: todo lo contrario; quiero decir simplemente que en estos dos volúmenes nos propusimos describir un ciclo claramente definido de ese proceso histórico, y que aquella fecha nos permite cerrar este estudio en el entendido de que, a partir de ella, estamos en condiciones de abordar un período diferente.
¿Cuáles serían las ideas básicas que marcan los dos volúmenes del libro: “imaginario nacional-regional” y “representaciones de la modernidad”?
La noción de “imaginario nacional-regional” permite considerar como punto de partida aquella pintura que contribuyó a consolidar un sentido colectivo de lo nacional en el siglo XIX, ya sea mediante la fijación mítica de episodios históricos o mediante la descripción de su patrimonio humano y territorial. De esta manera, se excluyen del análisis aquellos hechos cronológicamente anteriores al surgimiento de una preocupación nacionalista en términos culturales y políticos, como pueden ser los relativos a la cultura indígena local, por ejemplo, con sus pictografías y sus sistemas específicos de representación, los que obedecen a pautas culturales y cognitivas que deben ser estudiadas desde perspectivas específicas (las de una antropología de la producción simbólica en esas sociedades) y no pueden entenderse de ninguna manera como antecedentes estéticos de un modelo institucional europeo del arte que, por más que tenga rasgos mestizos en la cultura misionera, es totalmente ajeno como construcción cultural.
En este sentido la imagen pictórica testimonió los asuntos sociales y culturales en el país y en la región durante el siglo XIX, pero también pretendió ser el soporte de un imaginario localista y regionalista que aspiraba a la unidad cultural de lo citadino y lo rural en el marco del llamado “nativismo” de la década de 1920. Este amplio período que va desde la Guerra Grande hasta el Centenario de 1930, es el que pretendo abarcar con el rótulo del “imaginario nacional-regional”. A partir de entonces se registra el paulatino afianzamiento de una idea de modernidad según la cual el país siente estar compartiendo un tiempo que no es solo suyo ni de la región, sino del mundo. Esta modernidad no es exclusivamente estética, sino también política y cultural en el más amplio sentido. De modo que las “representaciones de la modernidad” en la pintura dejan traslucir nuevas perspectivas (y nuevas disidencias) ideológicas en lo atinente a proyectos de sociedad, a interpretación de la noción de progreso, y a relaciones de la actividad cultural con los poderes del Estado. Este período lo podemos acotar –de modo un tanto arbitrario- entre la llegada de Torres García al Uruguay un año después del golpe de Estado de Terra, y la “llegada” de la pintura informalista española en 1960, el año en que el país sellara su destino inmediato firmando la primera carta de intención con el Fondo Monetario Internacional.
Gabriel Peluffo Linari
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